jueves, 4 de octubre de 2007

La paz eterna con la naturaleza y con la Madre Tierra

La paz no sería completa si no abrazase también al mundo. Francisco mostró tal unción y veneración por la naturaleza, que estableció una paz eterna con la Tierra, amada como Madre y hermana, y con todas las criaturas. Tomás de Celano, su primer biógrafo, resume maravillosamente la actitud ecológica de San Francisco: “Se llenaba de inefable gozo todas las veces que miraba el sol, contemplaba la luna y dirigía su vista hacia las estrellas y el firmamento(…) cuando se encontraba con las flores, les predicaba como si estuvieran dotadas de inteligencia, y las invitaba a alabar al Señor. Lo hacía con tiernísimo y conmovedor candor, exhortaba a la gratitud a los trigales y los viñedos, las piedras y las selvas, la planicie de los campos y las corrientes de los ríos, la belleza de los huertos, la tierra, el fuego, el aire y el viento. Finalmente, daba el dulce nombre de hermanas a todas las criaturas, cuyos secretos, de modo maravilloso y por todos desconocido, adivinaba como quien goza ya de la libertad y de la gloria de los hijos de Dios”.

Esta actitud de reverencia y de compasión lo llevaba a recoger las babosas de los caminos para que no fueran pisadas. En el invierno, daba miel y las abejas para que no muriesen de escasez y de frío. Pedía a los hermanos que no cortaran los árboles desde la raíz, con la esperanza de que se pudiesen regenerar y crecer de nuevo. Hasta para las hierbas dañinas debían ser reservados lugares en los huertos, para que pudieran sobrevivir, “pues ellas también anuncian al hermosísimo Padre de todos los seres.”

Sólo puede vivir esta intimidad con todos los seres quien escuchó su resonancia simbólica dentro del alma, uniendo la ecología ambiental con la ecología mental y profunda, quien jamás se situó por encima de las cosas, sino a sus pies, verdaderamente como hermano y hermana, y descubrió los lazos de consanguinidad que une a todos. Estamos todos umbilicalmente ligados al Padre materno, creador y proveedor universal. De esa actitud nace una imperturbable paz, sin miedo a las amenazas, paz de quien se siente en casa con los padres, los hermanos y las hermanas.

Leonardo Boff

miércoles, 3 de octubre de 2007

El legado ecologista de Francisco

La ecología, tan tristemente célebre en nuestros días, tuvo a su primer y más fiel defensor en San Francisco de Asís. Precursor de la ecología, San Francisco de Asís nos enseñó cuán importante es el respeto a la vida que ha venido de Dios mismo.
San Francisco de Asís no conocía la palabra ecología, sin embargo, si conocía la raíz profunda y el verdadero significado de ella, ya que Francisco de Asís se convirtió en el primer ser humano preocupado por el equilibrio entre animales, plantas y seres humanos.
San Francisco fue el primero humano que se concibió a si mismo en relación con todas las cosas creadas; sabía que no importa cuán diferentes seamos, todos somos criaturas de Dios. La visión fraterna de Francisco de Asís no incluía únicamente a los seres humanos, sino a toda la realidad animada e inanimada.
San Francisco de Asís y su cántico
La visión de San Francisco relacionada con una creación comunitaria y expansiva fue capturada poéticamente en su llamado Cántico del Hermano Sol, escrito en el periodo comprendido entre el verano de 1226 y la fecha de su muerte, el 4 de octubre de 1126.
La visión de Francisco de Asís acerca de cómo todas las criaturas están unidas en un solo coro de alabanza al Creador es el primer poema escrito en italiano y fue considerado por Dante como una de las más grandes obras de la literatura italiana.
El lenguaje de Francisco, mediante el cual llama a cada uno de los elementos de la creación hermano y hermana no es simplemente un exceso poético. Francisco de Asís sentía compartir algo con todas las criaturas. Para él, todas las cosas eran hijas de Dios, y como tales, debía respetar su vida, su existencia, pues eran un regalo del Creador sin las cuales el hombre no podía sobrevivir.
Francisco de Asís sentía un profundo respeto y admiración por todo lo que hallaba en la naturaleza: desde un simple escarabajo hasta el astro rey. Especial cuidado y respeto le merecían las cosas más pequeñitas. Francisco de Asís jamás mataba a un insecto, ni utilizaba de la naturaleza sin necesidad. Al hacer esto, Francisco no glorificaba a las cosas per se, sino a su Creador.
Francisco reconoció que las criaturas de Dios tenían una interdependencia, y que romper los lazos que las unen es una grave falta. Tal vez en tiempos de Francisco, todas estas ideas sonaban a locura. Sin embargo el Santo se adelantó 800 años.
Hoy el mundo está en verdadero peligro: las selvas amazónicas disminuyen cada día, los desechos industriales han dañado severamente a la tierra misma, nuestro uso de substancias químicas mata cada día a mas especies de animales y plantas.
Hoy el legado de San Francisco de Asís puede salvar a nuestro planeta. Su herencia es enseñarnos a amar a todas las cosas, a las piedras, a las montañas, a las flores. El legado ecologista de San Francisco consiste en enseñarnos que debemos repensar nuestro lugar en el orden creado, de modo que el bienestar humano está integrado en el bienestar de todas las cosas (medio ambiente).
Para Francisco de Asís (1182-1226), fue vital entender la relación entre la humanidad y toda la creación. La visión franciscana ayuda a ver la vida como un gran regalo. Si podemos ser humildes como él, y entender que el mundo no está en nuestro control, tomaremos nuestro lugar como una parte, y solo una parte, de la gran comunidad de la creación.

EL CÁNTICO DE LAS CRIATURAS

Altísimo y omnipotente buen Señor,
tuyas son las alabanzas,
la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, te convienen
y ningún hombre es digno de nombrarte.

Alabado seas, mi Señor,
en todas tus criaturas,
especialmente en el Señor hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.

Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.

Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.

Alabado seas, mi Señor,
por la hermana nuestra madre tierra,
la cual nos sostiene y gobierna
y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.

Alabado seas, mi Señor,
por aquellos que perdonan por tu amor,
y sufren enfermedad y tribulación;
bienaventurados los que las sufran en paz,

porque de ti, Altísimo, coronados serán.
Alabado seas, mi Señor,
por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.

Ay de aquellos que mueran
en pecado mortal.

Bienaventurados a los que encontrará
en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal.

Alaben y bendigan a mi Señor
y denle gracias y sírvanle con gran humildad.

Explicación
Esta bella oración de San Francisco es conocida por varios nombres: Cántico de las Criaturas, Alabanzas de las Criaturas e Himno de la Hermana Muerte. Fue escrito en romance umbro (la tierra del santo) y se lo considera el primer poema en la lengua italiana. Se lo celebró como "el más bello trozo de poesía religiosa después de los Evangelios" y "la expresión más completa y lírica del alma y de la espiritualidad de Francisco". La fecha de su composición es el otoño de 1225, posiblemente en San Damián. La estrofa sobre el perdón la redactó con ocasión de una controversia entre el Podestá de Asís, primera autoridad de la ciudad, y el Obispo, reconciliándolos. Y la última, sobre la hermana muerte, la compuso en octubre de 1226.
Las circunstancias físicas en que se hallaba el Pequeñuelo obvian los comentarios y provocan las conclusiones: desangrado por los estigmas, casi ciego, enfermo del hígado, desnutrido y afiebrado. Por el contrario, su vida interior estaba en la mejor salud. Dios había querido recordar a los hombres la pasión de su Hijo a través del cuerpo del Pequeñuelo y, como sólo desde la cruz se preludia la alegría de la Pascua, a la hora de cantar el "aleluya". Ninguno mejor que Francisco.
Lo cantó por todos, por ti y por mi; por los hombres y los astros; por las criaturas y las plantas; por toda esta naturaleza que Cristo reconcilió y pacificó en su cruz. Francisco interpretó el silencioso canto que toda la creación le tributa a Dios, y la silenciosa melodía que Dios canta en la creación. Y lo hizo porque ocupaba el último lugar, y así pudo ser el primero. Porque era el más humilde de los siervos, y esto le permitió comprender como nadie la grandeza de su Señor.

Amor de Francisco por todas las criaturas

Francisco nada tenía, pero en Dios creía tenerlo todo. Por su origen común llamaba "hermanas" a todas las criaturas, incluso las más pequeñas, pero se inclinaba más por aquellas que mejor reflejaban los destellos de Dios o la compasiva mansedumbre de Cristo, o alguna característica de la Orden, y aparecían como tales en las Escrituras. Y, por un misterioso influjo, ellas se plegaban a sus deseos y respondían con afecto a su amor por ellas. Era como si ya hubiese recuperado el estado de inocencia original. En casi todas las criaturas encontraba algún motivo de profunda alegría. Además del sol y el fuego, amaba el agua, símbolo de penitencia y contrición, que lava la culpa en el baño bautismo; por eso se lavaba las manos donde el agua caída no pudiera ser pisada. Caminaba sobre las piedras con temor y respeto, en recuerdo de Cristo, la "piedra angular". También amaba a los gusanos, pues había leído que se dice del Salvador: "Soy un gusano, no un hombre"; y los apartaba del camino, para que nadie los pisara. A las abejas, en invierno, les hacía servir vino o miel, para que no murieran de frío. Las hormigas le gustaban menos, por su afán de acumular; prefería a los pájaros, que no guardan para el día siguiente, pero reconocía que ellas nos enseñan a no estar ociosos. Si un hermano iba a cortar leña al bosque, le recomendaba no cortar todo el árbol, para que siguiera viviendo.
A los frailes hortelanos de la Porciúncula les pedía dejar inculto parte del terreno, para que brotaran hierbas silvestres y las hermanas flores; y pidió que tuvieran junto al huerto un hermoso jardín de plantas aromáticas, para que invitaran a quienes las vieran a alabar al Señor. La hermosura de las flores y el olor de sus perfumes le hacía volar la mente a Cristo, la "flor radiante" brotada de la raíz de Jesé para vivificar con su fragancia a miles de muertos. Predicaba a los prados floridos como si tuvieran uso de razón, y a las piedras, los bosques, las mieses y las viñas, al agua de las fuentes y a los huertos frondosos, a la belleza de los campos, a la tierra, al aire, al fuego, al viento, invitando a todos, con ingenua pureza, al amor de Dios y a ser fieles al Creador, como quien ha ha alcanzado la libertad de los hijos de Dios; y a veces se le iba el día en ello.
Francisco fue declarado por Pablo VI Patrono de los ecologistas, pero no fue un ecologista en el sentido moderno. En su tiempo, el medio ambiente no estaba en peligro, como hoy, pero sí la fe en Dios Creador. Mientras la herejía cátara de su tiempo, infiltrada de maniqueísmo dualista, predicaba que todas las cosas creadas son obra del demonio, el Santo de Asís, fiel a la fe católica y a la revelación de la Escritura, proclamaba públicamente que todas las cosas son obra de Dios, que todas son buenas y que, en cierto modo, llevan de él "significación". Tanto es así, que el mismo Hijo de Dios no tuvo reparos en asumir nuestra carne mortal, naciendo de María.